Ayudando al paralítico…

Meditación: Juan 5, 1-16

San Juan de Dios

Las curaciones milagrosas que hacía el Señor eran señales claras de su condición divina, pero no todos lograron interpretarlas correctamente ni aceptarlas. El paralítico del Evangelio de hoy quería sanar, pero nunca podía llegar a las aguas curativas del estanque de Betesdá porque no se podía mover y al parecer nadie le ayudaba. ¡Qué situación más desesperante!

La Escritura dice que “Todo el que invoque al Señor como a su Dios, será salvado por él. Ahora bien, ¿cómo van a invocar al Señor, si no creen en él? ¿Y cómo van a creer en él, si no han oído hablar de él? ¿Y cómo van a oír hablar de él, si no hay nadie que se lo anuncie?” (Romanos 10, 13-14). Así como el paralítico no podía curarse si nadie le ayudaba, las personas no van a creer en Jesús a menos que alguien les dé a conocer el Evangelio compartiendo con ellas su propio testimonio.

Es cierto que la conversión es obra de Dios, pero los creyentes tenemos la misión de llevar a las personas a Cristo, para que experimenten el don de la conversión. El testimonio que nos toca dar es doble: de vida y de palabra. La Beata Madre Teresa de Calcuta dijo una vez: “Imita a Jesús; comparte a Jesús.” Esto significa que la mejor manera de ser testigos es vivir día tras día la vida de Cristo que está presente en nosotros.

Jesús quiere que seamos luz y sal, pero del modo correcto y a su debido tiempo. Un poco de sal provoca sed, pero en exceso produce náuseas. Una luz moderada alumbra y genera calor, pero en exceso quema y encandila. De modo similar, la evangelización ha de presentar la verdad de Cristo de una manera interesante y atractiva, sin presiones ni aires de superioridad moral. Lo que hemos de hacer es invitar a las personas a participar en la experiencia de purificación y renovación que Dios ha realizado en nosotros mismos, y la única manera de hacerlo es mantenernos sumergidos en el caudal de la gracia y el poder sanador de nuestro Salvador. Pero cualquier testimonio que demos ha de ser amable, prudente, alegre y sin imposición, a fin de interesar e ilusionar a la persona y no producir rechazo. El amor engendra el amor.

“Jesús, Señor y Salvador mío, ilumina a todos los que tengan sed de amor y hambre de verdad, y a los que están paralizados por la incredulidad. Que, por el poder de tu Espíritu Santo, yo sepa dar un buen testimonio de conducta y de palabra.”

Ezequiel 47, 1-9. 12Salmo 46(45), 2-3. 5-6. 8-9

http://la-palabra.com/meditations/